Editorial de la emisión del 5 de julio de 2011
Claudia Domínguez
En una primera impresión el Gólem y el robot parecieran ser conceptos bastante distanciados: el primero puede asociarse a un contexto religioso-literario y el segundo a uno tecnológico, no obstante si nos remontamos al origen de la palabra “robot” ya encontramos un primer punto de contacto. Se dice que fue introducida en la literatura en 1920, en la obra Rossum’s Universal Robots, de Karel Čapek.
Robot viene de la palabra checa robota, que significa “labor forzada”, servicio, esclavo, y con tal término se designó a las máquinas trabajadoras o serviles. Esto es, el robot como un artilugio mecánico con o sin características antropomórficas al servicio de los humanos.
¿Y el Gólem? Quizá para varios de nosotros el primer Gólem conocido como creatura en la que no interviene la concepción biológica sino la palabra como voluntad creadora o la manufactura humana, es el que menciona Jorge Luis Borges en un ensayo que precede a uno de los más famosos de sus poemas, escrito ya cuando la ceguera era inminente para el argentino pero su lucidez se reveló con una brillantez clásica, exacta.
Dice Borges que la fama occidental de tal creatura es obra del escritor austriaco Gustav Meyrink, quien en su novela Der Golem de 1915 señala al siglo XVII como el origen de su historia, cuando un rabino siguiendo fórmulas cabalísticas, esto es, combinaciones de letras, construye un hombre artificial, apenas animado por una vida vegetativa y destinado a la servidumbre del rabino, este soplo de vida que expiraba y se renovaba diariamente se debía a una inscripción mágica que le ponían al Gólem detrás de los dientes y que atraía las libres fuerzas siderales del universo. Una tarde, según se cuenta en la novela de Meyrink, al rabino se le olvidó retirar el sello de la boca del Gólem y este cayó en un frenesí, corrió en medio de la noche y destrozó a quienes se le pusieron delante.
Según Borges, Eleazar de Worms conservó la fórmula para construir un Gólem, los detalles “abarcan veintitrés columnas en folio y exigen el conocimiento de los alfabetos de las 221 puertas que deben repetirse sobre cada órgano del Gólem. En la frente se tatuará la palabra emet que significa ‘verdad’. Para destruir la criatura, se borrará la letra inicial, porque así queda la palabra met, que significa ‘muerto’.” (Ficcionario, FCE: México, 1985, p. 344).
En la actualidad, gracias a los desarrollos de la robótica y la genómica, la tentación de ser dios y de ser capaces de darle vida a un ser mediante los artificios de la inteligencia humana se vuelve una posibilidad cada vez más cercana. ¿Estaremos a la altura de nuestros deseos o en nuestro candor crearemos una inteligencia superior que nos vuelva el Gólem duplicado y confundido en un laberinto de espejos?
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